Paisajes paralelos




La minería a cielo abierto se realiza en la mayoría de los casos sobre un cráter o montaña, repercutiendo gravemente en todo lo que la rodea, causando la desaparición casi absoluta de hábitats naturales, como bosques , lagos, acueductos y con ello toda vida animal y vegetal preexistente. Además de su alta dependencia energética, sobre todo por los volúmenes y masas que transporta, tiene efectos contaminantes como derrames o filtraciones, en el caso del extractivismo de oro y la plata viene acompañado de infinitas cantidades de mercurio y cianuro, que deriva en el envenenamiento de la vida circundante, y por encima de todo, requiere y exige grandes cantidades de agua para limpiar los minerales, a pesar del estrés hídrico por el que atravesamos a nivel mundial.
La mayoría de empresas mineras que ejercen en América Latina, pertenecen a grandes corporaciones trasnacionales presididas sobre todo por industrias extranjeras. A pesar de ciertos convenios entre las empresas privadas y los Estados o municipios, existen constantes irregularidades, que acentúan más los abusos de poder desde la comunidad extranjera en el territorio Andino.
Desde la teoría de Eduardo Gudynas, investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), define que lo específico del neoextractivismo es la consolidación de un estilo de desarrollo definido como un patrón de acumulación basado en la sobreexplotación de recursos naturales, en gran parte no renovables, así como en la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como improductivos. El neoextractivismo instala una dinámica vertical que irrumpe en los territorios y a su paso va desestructurando economías regionales, destruyendo biodiversidad, profundizando de modo peligroso el proceso de acaparamiento de tierras al expulsar o desplazar comunidades rurales, campesinas o indígenas, y violentando procesos de decisión ciudadana.